El miedo es una emoción indispensable para la supervivencia que nos invita a ser prudentes e impide que corramos riesgos innecesarios. Pero fuera del contexto de una situación de riesgo o potencialmente peligrosa, puede convertirse en un obstáculo para la felicidad. Irracionales, exageradas y estigmatizadas socialmente, las fobias representan un auténtico problema para las personas que las padecen. Por suerte, existen tratamientos y terapias para combatirlas.
El término “fobia”, del griego fobos (“miedo”), significa “temor irracional compulsivo, o “aversión obsesiva a alguien o algo”, según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española).
Las fobias se incluyen dentro de los trastornos de ansiedad, y se caracterizan por la aparición de un miedo incontrolable y desmedido ante determinados estímulos o situaciones concretas.
El miedo ha jugado un papel muy importante a lo largo de nuestra evolución como especie, facilitando nuestra supervivencia en un medio hostil, bajo el acecho de depredadores y otros elementos peligrosos. Los mecanismos del miedo preparan al individuo para la huida o la lucha, tratando de asegurar la autoconservación. Pero, cuando los resortes del miedo se disparan ante objetos y situaciones carentes de un peligro real o proporcionado, deja de ser un sentimiento útil para la supervivencia, a convertirse en un serio obstáculo en el propio desarrollo del individuo.
Así, podemos distinguir entre el miedo adaptativo (normal) y la fobia, entendida esta última como una afección que deteriora la calidad de vida de quien la sufre.
Para establecer claramente la línea divisoria entre los miedos normales y las fobias, debemos atender a una serie de características presentes en los trastornos fóbicos.
Padecer una fobia puede ser altamente incapacitante si el objeto, el estímulo o la situación temidos por el sujeto está presente en su entorno habitual o en su vida cotidiana.
El miedo fóbico se desencadena no solo ante la presencia del estímulo concreto que lo produce, sino que su sola anticipación desencadena síntomas de ansiedad. Así, la persona aquejada de una fobia suele sentir miedo al propio miedo.
El cuadro sintomático de la fobia puede dividirse en tres niveles:
Las respuestas fisiológicas son las típicas del miedo y la ansiedad.
La activación de la ansiedad no es igual en todas las personas, sino que hay grandes diferencias entre individuos distintos y, por lo tanto, no siempre se padecen todos los síntomas físicos.
Pueden darse un gran número de pensamientos e ideas alrededor de un miedo o estímulo fóbico; pero probablemente incluirán alguna de las siguientes manifestaciones:
Lo más característico en lo referente al comportamiento es manifestar conductas de evitación del estímulo que desencadena la fobia, o incluso huida en algunos casos.
Los síntomas varían dependiendo de la intensidad de la situación en la que se presenta el estímulo desencadenante, la gravedad de la fobia y el estado psíquico y físico del individuo.
Podemos distinguir tres grupos de trastornos fóbicos:
Pueden ser muy variadas y diversas. Algunas de las más comunes son:
-Zoofobia o miedo a los animales. Puede englobar, entre otras, y de manera más específica:
-Acrofobia o pánico a las alturas.
-Acluofobia o miedo a la oscuridad.
-Claustrofobia o fobia a los espacios cerrados.
-Eremofobia o temor a estar solo o quedar abandonado.
-Hemofobia o fobia a la sangre.
-Belonefobia o temor a las agujas y otros objetos punzantes.
-Astrafobia o astrapofobia, miedo a los rayos, truenos o relámpagos.
-Aerofobia o pánico a volar.
Y un largo etc.
Las fobias simples suelen darse con mayor frecuencia en la etapa infantil. Y pueden ser fruto de aprendizajes incorrectos o erróneos. O bien son adquiridos de los cuidadores directos del niño, o de su entorno social y familiar más próximo. Es muy común que, ante la reacción de pánico de un adulto, el niño asocie el objeto que ha causado la alerta con una situación de peligro.
También suelen ser fruto de la propia evolución infantil. A medida que el niño adquiere una mayor autonomía, se ve expuesto a nuevos peligros, y nuevas incertidumbres, fruto de su proceso de aprendizaje vital. En esta categoría suelen entrar los terrores infantiles, como el miedo a la oscuridad o al abandono, por ejemplo.
Puede ser una fobia específica ante circunstancias muy determinadas, o generalizada a todo tipo de situaciones sociales.
Desde la publicación del DSM-V (Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, 5ª ed.) ambas variantes se han unificado bajo la categoría de fobia social.
Las situaciones en que más frecuentemente se manifiesta la fobia social, suelen ser las siguientes:
Suele iniciarse durante la adolescencia, y puede llegar a cronificarse, y constituir un gran impedimento para el transcurso de la vida diaria, el desarrollo laboral y psicosocial.
Los síntomas fisiológicos son esencialmente similares a los que produce cualquier fobia y, por tanto, iguales a los que suele provocar el trastorno de ansiedad u otras alteraciones relacionadas.
Respecto a la sintomatología cognitiva y emocional, pueden darse los siguientes síntomas:
En el plano relativo al comportamiento, algunas personas evitan todo tipo de interacción social, mientras otras enfrentan la situación, recurriendo a toda una serie de conductas que aminoran la ansiedad experimentada.
Algunos de estos comportamientos son:
La fobia social deriva de un mecanismo que en el pasado pudo ser útil para la supervivencia del individuo, al vernos obligados a tratar con otros grupos o seres humanos desconocidos. Sin embargo, actualmente, se ha vuelto bastante disfuncional.
Padecer otros problemas de ansiedad es un rasgo distintivo de las personas que lo sufren; y se ha encontrado cierta relación con el tipo de educación recibida: las personas con fobia social, a menudo pueden haber padecido una sobreprotección extrema o una marcada hostilidad por parte de sus padres o cuidadores.
Un número significativo de personas con fobia social presentan problemas de abuso de alcohol, ansiolíticos u otras drogas, en un intento por paliar los síntomas. Estos hábitos acarrean un buen número de complicaciones añadidas, como por ejemplo, la dependencia o el marcado aumento de la ansiedad que produce el consumo de alcohol a largo plazo.
Miedo intenso y habitualmente relacionado con los espacios exteriores, aunque las situaciones que desencadenan una crisis de ansiedad en los agorafóbicos pueden ser de lo más variadas:
Los síntomas fisiológicos, emocionales y cognitivos son bastante similares a los demás trastornos por fobia. Pero, como característica particular y distintiva, se da un intenso miedo al miedo, o en otras palabras, pavor por anticipación de la situación temida; en los casos más extremos, estos temores pueden llevar a la persona a recluirse en casa, en compañía de sus familiares.
Este miedo puede alcanzar tal grado de intensidad que a menudo lleva al sujeto a rehuir de todas aquellas actividades que producen reacciones fisiológicas parecidas a la ansiedad, como el aumento del ritmo cardíaco, la emoción intensa, la hiperventilación, etc.
Así, es muy frecuente en personas que padecen agorafobia el abandono de una serie de actividades como:
En caso de cumplir alguno de los anteriores patrones, la agorafobia estaría afectando notablemente a la vida cotidiana del sujeto.
Las fobias pueden iniciarse o exacerbarse a partir de un trastorno de ansiedad u otra alteración asociada.
La capacidad del sujeto para catalogar sus miedos fóbicos como irracionales es de vital importancia para el diagnóstico diferencial, dado que podría marcar la diferencia entre un trastorno fóbico, o patologías más severas como las de tipo delirante o esquizofreniforme.
También es conveniente descartar otras patologías que producen ansiedad, como el hipertiroidismo, la hipoglucemia asociada a diabetes, el consumo y/o abuso de alcohol o drogas, la abstinencia de las mismas y las epilepsias o disfunciones del lóbulo temporal.
Si los síntomas de ansiedad son severos o la fobia afecta a la vida cotidiana de la persona, es necesario acudir a un especialista para acceder a un diagnóstico profesional e iniciar su tratamiento.
Existe un buen número de opciones a la hora de tratar las fobias. Desde el tratamiento farmacológico, hasta la hipnosis, pasando por la PNL (Programación Neuro-lingüística) o las terapias conductuales y cognitivas.
Se administra al paciente ansiolíticos (benzodiacepinas) y antidepresivos. Ha demostrado gran efectividad en el alivio de los síntomas.
Investigaciones recientes indican que las personas que sufren fobia social padecen un exceso de serotonina, lo cual supone un importante hallazgo, puesto que los pacientes con este trastorno se tratan con ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de Serotonina), compuestos presentes en los antidepresivos. De hecho, los especialistas suponían que los ISRS funcionaban en la medida en que aumentaban la cantidad de este neurotransmisor.
Los fármacos no solucionan el problema de fondo en las fobias, por eso deben combinarse con psicoterapia.
utiliza los principios del aprendizaje para explicar el posible origen de una fobia, así como diseñar las técnicas más adecuadas para su tratamiento. En el marco de este enfoque terapéutico destacan dos técnicas o terapias:
Ambas técnicas, la exposición y la desensibilización sistemática, son ideales para el tratamiento de fobias simples.
Estas terapias tienen en común el hecho de que trabajan sobre los esquemas cognitivos del paciente, para sustituirlos por otros más realistas y adaptativos. Suelen aplicarse combinadas con las técnicas del enfoque anterior.
Se presta gran atención a las creencias, autoinstrucciones, atribuciones causales y estrategias de resolución de problemas que ha elaborado la persona a través de su proceso de aprendizaje. Se considera que estas interpretaciones de la realidad son la fuente del malestar que padece el paciente. La terapia trata de desenmascarar creencias irracionales, errores lógicos en las atribuciones de las causas que originan las respuestas emocionales negativas, el estrés y la ansiedad.
Por ejemplo, con respecto a la fobia social, cobra gran importancia la pobre imagen propia del sujeto y el miedo a la crítica negativa, como parte de un proceso de aprendizaje erróneo, que le lleva a encarar toda interacción social como una situación estresante y desagradable. La terapia trata de desmontar esas ideas y creencias falsas.
En el marco cognitivo-conductual, el terapeuta dispone de tres grandes grupos de técnicas que aplicará según la problemática que presente cada caso en concreto:
Las terapias basadas en la hipnosis sumen al paciente en un estado de trance en el que pueden hacer revivir o imaginar situaciones relacionadas con el estímulo desencadenante de la fobia y proporcionan órdenes o instrucciones para omitir la respuesta negativa.
Por su parte, los partidarios de las terapias basadas en Programación Neuro-lingüística afirman que su enfoque tiene las ventajas de ser más rápido y proporcionar al paciente una metodología fácil de autoaplicarse, en caso de que el cuadro sintomático de ansiedad persista o reaparezca.
A pesar de ello, en la mayoría de terapias para tratar las fobias se aplica, de uno u otro modo, la exposición del sujeto al estímulo fóbico por los buenos resultados que proporciona.
La terapia y las intervenciones o actividades que se aplican sobre el paciente dependen, en cualquier caso, del psicoterapeuta que las diseña y aplica, y pueden incluir elementos de diversos enfoques terapéuticos.
Astrid
Tengo 37 años y hace casi una década descubrí que tenía miedo a volar. He tomado aviones con ayuda de ansiolíticos, pero con los años el miedo va a peor. Vivo en España desde que cumplí los 15 y la fobia a volar me impidió visitar a mi familia desde hace muchos años. Durante mucho tiempo le he restado importancia al problema. Pero ahora mi madre está muy enferma allá en nuestro país y sufro porque no me atrevo a viajar para visitarla. La semana pasada tomé la decisión de visitar a un terapeuta y estoy esperando ansiosa la segunda cita. Mi consejo es que no demoren la solución. La fobia no mejora con el tiempo si no se pide ayuda. Al contrario, va siempre a peor.
Anónimo:
Me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero tengo aracnofobia y también siento pánico cuando veo una cucaracha. Lo de las arañas no es un problema, porque no las veo a diario. Pero en verano donde vivo hay auténticas plagas de cucarachas y lo paso muy mal. Al principio no era tan acentuado el miedo. Solo sentía pánico cuando me encontraba una dentro de casa. Pero ahora evito salir a la calle por la noche porque sé que las voy a ver correteando por ahí. Cuando eres un hombre la gente es muy poco tolerante con estas cosas, porque nos han educado como si tuviéramos que ser siempre fuertes y no tener miedo a nada. Alguien con el mismo problema?? Qué puedo hacer??
Espe Martínez:
Hola. Quería decirle al chico que ha comentado como Anónimo, que yo tenía entofobia, vamos, miedo a los insectos. Pequeños, grandes, voladores o de los que van por el suelo. A todos!! Pero las cucarachas sobre todo, me provocaban repulsión. A veces pensaba que iba a perder el conocimiento cuando me encontraba con un bichito. Mi hijo hizo un trabajo sobre las fobias en el bachillerato y empezó a hablarme de las terapias. Bueno, en realidad casi me obligó a asistir!!! Me ha venido muy bien y ahora convivo con los insectos sin sobresaltos. Te recomiendo que busques ayuda profesional. A mí me sirvió. Y por lo de ser un hombre no te preocupes. El miedo no entiende de sexos!!!!!!
Anónimo:
Hola, Espe!! Ya se que el género no importa para el miedo. Por eso digo que la cuestión es que nos han educado así. Gracias por responder y por tu consejo :-)
M. del Mar García:
Estudié Derecho y pronto advertí que me costaba horrores hablar en público. Me sudaban las manos, se me enredaba la lengua, y lo peor de todo, el corazón se me ponía a mil y me faltaba el aire. Por supuesto no podía dejar que el miedo a hablar en público destrozara mi carrera, y aunque me costó, finalmente acudí a terapia. Mi psicoterapeuta me abrió los ojos y descubrí que en realidad padecía de fobia social. Siempre había sido muy tímida, y en las épocas malas, subir a un autobús lleno de gente o que me vieran comiéndome una hamburguesa con las manos me provocaba un nerviosismo casi insoportable. Aunque en el fondo creo que sabía que me pasaba algo, le quitaba importancia y pensaba en otra cosa para eludir el problema. La terapia me ayudó mucho y me ha permitido seguir con mi carrera profesional. Lo que he aprendido con todo esto es que siempre hay que enfrentarse a los problemas.
Comparte tu experiencia; puede que al hacerlo estés ayudando a otras personas.
Imagen de Alyssa L. Miller en Flickr